"El cine según Hitchcock es mi libro preferido. Lo salvaría antes que a otro en un incendio de mi biblioteca. Sería el
que me llevaría a una isla perdida, o a una ciudad en guerra, o a una
temporada en la cárcel, si sólo pudiera llevar uno a algún viaje sin
pasaje de regreso. Porque en solo un volumen cuenta el paso de una vida, describe la puesta en escena de una vocación y recuerda que el cine es la razón por la que estamos todos en el
mundo. ¿Por qué mi copia está llena de frases al margen? ¿Qué hay en
las páginas de esta obra con la portada a punto de desprenderse? Una
larga conversación, ocurrida en agosto de 1962 en los estudios
Universal, entre un cineasta joven llamado François Truffaut (en
realidad un crítico de Cahiers du Cinema que ya había sido capaz de
filmar dos extrañas películas tituladas Los 400 golpes y Jules y Jim) y
un maestro del cine, el temeroso Alfred Hitchcock,
que poco a poco, gracias a la mirada de ciertos periodistas franceses,
dejaba de ser visto como un simple mago empeñado en asustar a los
espectadores. Yo no me he visto las 53 películas de Alfred Hitchcock.
Pero sé, gracias a esta charla de 346 páginas, de qué se trata, cómo se
hizo, por qué se hizo cada una de ellas. También sé que el
director inglés –un hombre gordo de baja estatura- fue castigado a los
cinco años con un par de horas de cárcel, que tuvo la misma esposa desde
los 20 o los 21 años y que desde que comenzó a frecuentar los estudios
de cine, cuando nadie contaba con escenas
habladas o escenografías de colores, llegó a la conclusión de que le
interesaba filmar ajustadas tramas de suspenso que sólo pudieran
contarse por medio del lenguaje cinematográfico, parábolas paranoicas
que no dijeran de frente los horrores de la vida y que fueran siempre
dos pasos más allá que el público (que,
en otras palabras, sorprendieran a esas parejas que entraban a los
teatros un viernes en la noche) sin recurrir a las vergonzosas trampas
de los espectáculos de feria. Sí, eso es, en resumen, lo que le cuenta Hitchcock a Truffaut cuando el diálogo está comenzando: que se dejó llevar por esa vocación cuando los demás pensaban en pasar un buen rato el
próximo fin de semana. Después le revela, en la tras escena de cada
una de sus producciones, que las cosas no suelen salir como uno quiere
cuando se trata de crear un largometraje. Que la vida del hombre de cine
es una vida a la espera de un milagro. Y Truffaut toma nota, claro,
porque los maestros se pasan de mano en mano sus secretos. Lo hace
hablar de las diferencias entre la sorpresa y el suspenso, de las mujeres que no tienen el
sexo inscrito en la cara, de un estilo artístico –o mejor: una forma de
vivir la vida como si no se hiciera parte de ella- que podemos llamar el understatement. Le sugiere que ha creado a un personaje, a Hitchcock,
esa silueta que quiere asustarnos a todos, ese hombre que pasa de
pronto por alguna escena de todos sus largometrajes, sin tener que dar el
espíritu a cambio como tuvieron que hacerlo Walt Disney o Charles
Chaplin. Le hace decir que sólo se pueden adaptar en paz los libros
malos, que la labor principal de un director es dilatar el
tiempo, que las profesiones de los personajes no pueden ser simples
adornos y que a la gente que entra en un cinema, por más que a los
críticos sin imaginación les cueste entenderlo, lo único que les importa
es el film puro: los pedazos de película
unidos por la música, por los encuadres, por los movimientos de la
cámara. Le recuerda, en algún momento, que La ventana indiscreta es su
mejor obra porque nos recuerda quiénes somos cuando vemos una película.
Pero Hitchcock se resiste, en aquella
conversación, a ser considerado un artista. Se resiste a recibir elogios
que no sean las asombrosas cifras que espera en las taquillas. Cambia
de tema cuando el hombre que lo consulta, “como Edipo al Oráculo de Delfos”, trata de hacerle caer en cuenta de que es el
autor de una forma de ver la realidad que vemos todos. Y todo en un
solo volumen, en un solo libro de bolsillo a punto de quedarse sin
cubierta, que en el fondo defiende
nuestro derecho a reinventar la vida." Ricardo Silva Romero. Un saludo a
todos los seguidores de ambos maestros. |
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no funcionan los links, amigo.
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