Visto desde un cierto ángulo, el cine pose todas las apariencias
de lo que no es. Es, evidentemente, una especie de lenguaje algunos
vieron en él una lengua. Autoriza, y hasta exige, una segmentación y un
montaje: se creyó que su organización, tan manifiestamente sintagmática,
no podía proceder sino de una paradigmática previa, aun cuando esta se
presentase como todavía poco consciente de sí misma. La película es un
mensaje demasiado claro como para no suponérsela un código. Muchos
teóricos fueron tentados por una suerte de anticipación al revés:
anti-fecharon la lengua, pensaron que la película se comprendía a causa
de su sintaxis, cuando en realidad la sintaxis de la película se
comprende porque se ha comprendido la película, y sólo cuando se la ha
comprendido. Es difícil que quien se acerque al cine desde el punto de
vista lingüístico, no se va remitido sin cesar de una a otra de las
evidencias que dividen las opiniones: el cine es un lenguaje, el cine es
infinitamente distinto del lenguaje verbal. La fórmula básica, que no
ha cambiado, es la que consiste en llamar “película” a una gran unidad
que nos cuenta una historia: e “ir al cine” es ir a ver esa historia.
Era necesario que el cine fuera un buen relator, que tuviera la
narratividad bien asegurada al cuerpo, para que las cosas hayan llegado
tan rápido y se hayan quedado, en el lugar donde las vemos. La
secuencia no suma los planos, los suprime. |
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