Parece mentira, tan grandullones y todavía no han aprendido a
caminar sin aplastar con sus patas a los infelices humanos. Detrás de ellos siempre quedan aldeas devastadas, niños huérfanos, edificios en llamas y muchas lágrimas, además de la seguridad de que ese engendro volverá pronto para continuar su aniquiladora misión. En ocasiones su altura supera al mayor de los edificios, y así ni siquiera las armas de nuestros ejércitos son capaces de
detenerles, aunque con frecuencia el monstruo es tan pequeño que apenas
podemos alcanzarle, como cuando nos atacan arañas o pájaros asesinos.
Sin embargo, en la historia del terror hay unos dignos representantes
cuya apariencia ha sido suficiente para producir miedo, y nos estamos
refiriendo a esos animales prehistóricos que científicos inconscientes
han traído de nuevo hasta nosotros procedentes de
tiempos remotos. Y es que los dinosaurios son tan enormes que pueden
poner sus patas en cualquier azotea, aunque también hay gorilas que
podrían acoger simultáneamente a un tanque y a una bella mujer.
Afortunadamente, la mayoría de esos monstruos no son capaces de salir de
la pantalla, con lo cual no vemos necesario mirar con recelo las
esquinas oscuras, ni otear el horizonte para descubrir cuanto antes a
ese dragón que empieza a vomitar fuego hacia nosotros. Ese alivio lo
perdemos cuando nos metemos por vez primera en una playa desierta,
aparentemente tranquila, pero en cuyas aguas seguro que acecha un
tiburón hambriento deseoso de morder a la guapa bañista desnuda. El problema es que aunque nos aseguren que los grandes monstruos son cosa del pasado o de la imaginación de
los escritores, no estamos tranquilos y por si acaso ya tenemos en
nuestra mente cuál sería el refugio adecuado para escondernos hasta que
alguien venga a salvarnos. |
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario