Ángel Comas, dentro de la estupenda colección Lo esencial de…
editada por T&B, nos presenta un volumen de espacio ajustado, 166
páginas, sin hueco para la floritura que obligan al autor a un esfuerzo
de síntesis, concreción y vigor expositivo. Un libro que viene, además, a
restañar una ausencia analítica sobre tan fenomenal director que fue
víctima en 1997 de otro estudio perpetrado por Fernando Alonso Barahona
para Film Ideal según su habitual criterio de transposición de su propio
ideario derechista (o liberal español sin complejos para estar más a la
moda), especialmente sangrante en casos como los de King Vidor o el
propio Mann, epítome del individualista
norteamericano, totalmente alejado de cualquier ideología Europea. Pero
más allá de esta visión cejijunta, un ensayo (sic.) cegato, mediocre y
repleto de vaguedades, errores y libres interpretaciones a cada cual más
desajustada. A huir con celeridad.
Comas no duda en diseccionar con
dureza y lucidez tanto los trabajos del director fuera de los géneros
(ninguno sale bien parado, y con razón) ni su decadente etapa bajo el
manto de las producciones absurdamente gigantíasicas de Samuel Bronston,
momento decadente donde los haya, no ya de Anthony Mann como autor sino del propio cine, subrayando que la contratación del propio Mann
y de Nicholas Ray vino facilitada por su carácter de rebotados de la
industria. Lo que por otra parte no impide valorar las virtudes reales
de alguno de estos filmes, como pero ejemplo la muy aprovechable
amargura de la oscura La caída del imperio romano.
Igualmente se acotan las características autorales, la importancia de la violencia, Mann
es sin duda uno de los grandes directores de “la violencia”, el
carácter casi de alter-ego de James Stewart como perfecta representación
del hombre que nunca se rinde, poseído por un veneno que le hace
implacable y asocial. Anti-héroe épico contra un paisaje igual de
inamovible que es un obstáculo a superar y un marco violento en si
mismo, los villanos seductores, las relaciones familiares o de amistad
traicionadas y tormentosas…. en definitiva la importancia capital de Mann
como renovador del western en los años 50, a través de la introducción
de la neurosis y la crispación filtradas por su propio sentido extremo
de la fisicidad y la itinerancia. Pero quizás la parte más jugosa del
libro vine dada no pero el trabajo de Comas sobre el western, a estas
alturas la parte reconocida unánimemente como “clásica” de la
filmografía del director -aunque en absoluto fuera así en su día
apuntándose con mucho acierto como los críticos franceses de mediados de
los 50 fuero los descubridores de un Mann
que transitaba el cine norteamericano sin pena ni gloria-, sino de la
enjundiosa parte dedicada a diseccionar su larga etapa dentro de la
serie-b, todavía excesivamente desconocida pese a ser
extraordinariamente meritoria y proponer ya gran parte de los estilos
que luego serían trasladados al territorio del western.
Es quizás
este capítulo el que resulta más interesante del libro al suponer una
inmersión e unas películas muy poco conocidas a través de las que se
traza una panorámica de la evolución de la carrera de un director dentro
del patio trasero de un sistema de estudios contra el que Mann
siempre se debatió (pese a la impresión errónea que pueda dar no fue un
director de estudio sino que trabajó por contrató donde pudo). Desde
los cheappies (los filmes “b” de la producción “b” en los que Richard
Fleischer era especialista, por cierto) del principio de su carrera en
la Republic y la RKO, subiendo en el escalafón de sueldos hasta las
producciones independientes de la Eagle Lion y el salto final a la
Metro. Remarcable es también la manera en la que Ángel Comas supera la
tradición cahierista de la política de autores para, sin “desautorizar” a
Mann (más bien al contrario
caracterizarlo férreamente en base a unos rasgos expuestos de forma tan
sucinta como contundente) repartir méritos entre colaboradores
fundamentales; así se reivindica la importancia del guionista John C.
Higgins y de la poderosísima fotografía de John Alton en su cine
criminal de los 40 y el relevo que supuso William H. Daniels en los
espacios abiertos del oeste, la participación capital (y el amor/odio)
con el tormentoso escritor Borden Chase en su definitiva entrada en el
western o la larga colaboración con una personalidad tan peculiar como
Philip Yordan.
En resumen, un libro que es una golosina, breve pero
estupendamente ilustrado (en blanco y negro, eso sí) y acompañado de una
completa filmografía, de una breve repaso a su periodo teatral, al que
solo se le pueden poner como pegas ciertos errores tipográfica, la
escasez de notas comentadas y alguna laxitud en referir las
declaraciones de Mann (todas
extraordinariamente esclarecedoras de su visión del cine y de la vida).
En todo caso, cosa muy menores y que no empañan un esfuerzo admirable de
condensación, análisis, e información, que ni olvida ser valorativo ni
se deja llevar por la admiración acrítica para, por fin, dejaren el
mercado un libro sobre Anthony Mann
digno de tal nombre, un homenaje rotundo a un verdadero autor de
género: “Como el cine de Hollywood es un cine fraccionado en géneros, el
realizador deberá encerrarse en las convenciones y los límites de cada
género, sobrepasándolos, pero nunca borrándolos”. |
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