Una cinematografía tan heterogénea y poblada como la italiana, con muchos años en los que la
producción ha superado los 200 largometrajes, y con su notable nivel,
incluye muchas personas singulares, muchas aportaciones genuinas,
dominadas, por encima de influencias, tendencias o escuelas, por la propia creatividad, a veces, sencillamente, la genialidad. Pocas, sin embargo, de la envergadura y la constancia de Ermanno Olmi, cuya obra, que se dilata ya a lo largo de más de medio siglo, es dificil de catalogar y tan radicalmente suya que imposibilita la
imitación, aunque Olmi haya impulsado algo cercano a una escuela, pero
sin cursos formales o exámenes, Ipotesi Cinema. Una obra que, además, como
parece inevitable pero aquí resulta muy visible, sigue los avatares
vitales del realizador. Es bien significativo que muchos críticos, al
analizar la obra del cineasta de Bérgamo,
hablen de “renaceres”, que alguno de ellos confiese también sus
“redescubrimientos” de Olmi y que el propio realizador declare que tras
superar la dura enfermedad nerviosa que lo mantiene al margen del cine durante casi cuatro largos años, sintió el deseo de comenzar desde cero.
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