Elizabeth Taylor
ha convertido la supervivencia en un arte y durante medio siglo su
rostro nos ha cautivado. Ha cambiado nuestras ideas sobre el erotismo,
comportándose como un camaleón que cambia de color sin parar. Esta joven
princesa de la pantalla representó las fantasías de cada hombre y las
esperanzas de toda mujer. La mujer fuerte y sensual ayudó a cambiar la
moral de su época, pero esta diva de los escenarios no parecía
preocuparse por lo que los demás pensáramos de ella y esa actitud
aumentó nuestra devoción hacia Liz. Conseguía vivir en la pantalla un
mundo mucho mayor e intenso que el nuestro y con la sinceridad de su
mirada nos hacía creer que era uno de nosotros. Interpretó cientos de
papeles, tan diferentes como lo eran su propia vida, al mismo tiempo que
luchaba por encontrar el amor y encajaba los golpes que la vida le
daba. Como una superviviente nata, se recuperó una y otra vez,
reconociendo que en la vida había tenido de todo: suerte, dolor,
momentos de alegría, malos ratos, bajando y subiendo en la línea de la
existencia como si fuera un yo-yo, aunque sacando de cada experiencia
algo positivo que la ayudase a ser feliz. Ella nunca quiso escoger el
camino fácil de la queja, del rencor y del deseo de devolver el daño que
la habían causado. Muy al contrario, empleaba positivamente cada
revés del destino, lo asimilaba, y lo convertía en algo positivo, en una
experiencia gratuita de la cual sacaba cosas muy clarificantes para su
futuro. Lo importante, decía, era enfocar las contrariedades
positivamente, como si fueran algo que te va a fortalecer, en lugar de a
quebrar. |
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