Durante su primer siglo de vida, el cine ha encontrado un aliado fundamental en la literatura, la cual ha facilitado su desarrollo industrial y ha hecho posible un número muy significativo de sus logros artísticos. Este apoyo de la literatura se concreta en la fase de la preproducción cinematográfica, a la hora decisiva de crear historias para ser llevadas a la pantalla. Históricamente, en el proceso de desarrollo de guiones, las adaptaciones han tenido tanta importancia como las propias historias originales.
A pesar de esta sobresaliente posición, no abunda la literatura científica sobre la adaptación cinematográfica. La mayoría de las investigaciones han prescindido de un afán de universalidad, limitando su alcance a casos particulares y procediendo al análisis de manera impresionista y poco sistemática. El esfuerzo del profesor Sánchez Noriega obedece a la intención de paliar de alguna forma estas carencias metodológicas, frente a las cuales defiende un acercamiento a la adaptación desde la narratología. Es innegable que esta corriente ha contribuido de manera decisiva al conocimiento de la sintaxis cinematográfica, lo que no significa que en ella se agote la comprensión del relato fílmico. Como apunta Carmen Bobes, el estudio equilibrado de una obra no es posible sin atender también a sus aspectos semánticos o de sentido, a los que, por consiguiente, no puede escapar tampoco el estudio de las adaptaciones (cfr. IMÍZCOZ, Teresa, “El narrador en la literatura”, en Quién cuenta la historia, Eunate, Pamplona, 1999, p. 37).
Sánchez Noriega ha estructurado su obra en tres partes, de acuerdo con un enfoque coherente que va de lo general a lo concreto: desde la muestra de las coordenadas teóricas de la adaptación hasta el análisis particular de textos cinematográficos.
La primera parte, articulada a su vez en dos capítulos, ofrece una presentación amena y sugerente sobre “el estado de la cuestión” de la
adaptación cinematográfica. En el primero, el autor analiza las
relaciones entre el medio literario y el cinematográfico. Después de poner de manifiesto las múltiples posibilidades de los trasvases culturales entre las artes y de repasar las posturas que los escritores han mostrado hacia el cine, Sánchez Noriega presenta las distintas formas en que la literatura y el cine se han fecundado mutuamente (desde la importancia de la novela decimonónica en la gestación del cine narrativo con Griffith hasta las novelas cuya técnica de escritura serían imposibles sin la existencia del cine, como por ejemplo El Jarama), para concluir exponiendo las convergencias y peculiaridades enunciativas y de significación de unos lenguajes basados respectivamente en la palabra y en la imagen.
El comienzo del segundo capítulo constata la importancia de la adaptación en la historia del cine mediante una completa muestra de datos. Seguidamente el autor ensaya una definición de esta práctica que acentúa dos ideas: la conversión de un texto a un lenguaje distinto y el logro de un relato muy similar. Tomando como objeto la prosa y el teatro en su forma tradicional, Sánchez Noriega enumera distintas razones que justifican la adaptación, repasa el grado de su dificultad según qué rasgos definan a los textos de partida y recuerda –como Bazin– la condición del teatro como “falso amigo” del cine. El capítulo se cierra con una serie de tipologías de las adaptaciones novelísticas y teatrales.
El autor no elude en este segundo capítulo el difícil asunto de la evaluación estética del filme. Para él, la práctica habitual de
calificar los filmes como “peores” con respecto a sus fuentes
literarias obedece a un juicio erróneo del espectador, que tiende a
juzgar el filme con unos criterios estrictamente literarios (no
cinematográficos). Según Sánchez Noriega, debe evitarse la tentación espontánea de comparar el original y el filme, y debe juzgarse a cada uno de ellos en relación con textos de sus mismos lenguajes (la novela con otras novelas, el filme con otros filmes) y según los parámetros críticos asociados a cada lenguaje (en el caso del cine, tales como el guión, la fotografía, la puesta en escena, la música, etcétera). De esta manera, una adaptación será buena cuando guarde un equilibrio estético con el original (supera en la jerarquía de las películas el lugar que la novela ocupa en la jerarquía de las novelas), y será mala cuando suceda lo contrario. Siendo cierto que existe la tendencia a considerar un filme con criterios que no le son específicos, también lo es que la
adaptación es por naturaleza un texto subsidiario –lo que no significa
fidelidad literaria– del original; esto explica –y pienso que justifica–
la tendencia a compararlos. Junto al mencionado equilibrio estético, aparece aquí otra pauta –señalada por el autor– para juzgar la obra cinematográfica: la visión del director/guionista debe coincidir con la interpretación estándar realizada por los lectores del texto originario.
En la segunda parte del libro se exponen los instrumentos que la narratología –con especial énfasis en el trabajo de Genette– aporta para el análisis del texto literario y del texto fílmico. A lo largo de dos capítulos, Sánchez Noriega acomete una aplicación comparada a los dos lenguajes de elementos claves para su análisis, y enfatiza las peculiaridades que adoptan las instancias del narrador, el punto de vista, el tiempo y el espacio en cada uno de los medios.
Por último, Sánchez Noriega lleva a cabo el análisis de cinco adaptaciones atendiendo a los siguientes criterios: breve descripción del texto literario y del audiovisual; contexto de producción; segmentación de la película en comparación con el original; análisis de los procedimientos de la adaptación (enunciación y punto de vista, transformaciones de la
estructura temporal, espacio fílmico, organización del relato,
supresiones, compresiones, traslaciones, transformaciones en personajes y
en historias, sustituciones, añadidos, desarrollos, visualizaciones), y
para terminar, valoración global.
Los casos de estudio han sido escogidos según los criterios de calidad de la película, de la mayor o menor distancia que guardan con el original, así como por la distinta naturaleza de los textos originales. La muerte y la doncella (R. Polanski, 1994) adapta con fidelidad una obra teatral al
tiempo que subraya las posibilidades cinematográficas del relato; El
sur (V. Erice, 1983) es una adaptación muy libre (pese a conservar
elementos esenciales del relato) de una novela corta que a priori ofrecía grandes dificultades para su traslado al audiovisual; El tercer hombre (C. Reed, 1949) representa un caso de “novela cinematográfica”, que nace expresamente para ser llevada a la pantalla (fruto de un encargo del productor Alexander Korda a Graham Greene); La colmena (M. Camus, 1982) manifiesta la proximidad del filme con la novela homónima de Cela a pesar de las gigantescas transformaciones que la adaptación requería; y Carne trémula (P. Almodóvar, 1997) prescinde prácticamente por completo de la novela original. Un anexo –parcial por necesidad– sobre obras literarias españolas y de la literatura universal cierra el volumen.
De la literatura al cine se convierte en una lectura de interés tanto para los académicos de la ficción audiovisual como para los guionistas enfrentados al siempre difícil proceso de la adaptación. Unos y otros encontrarán en este trabajo una reflexión teórica y un marco instrumental expuestos de manera coherente, sugestiva y amena. |
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